"... Admirado por personajes tan disímiles como Joseph Conrad y Lawrence de Arabia, su obra ocupa un espacio no menor en las letras inglesas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Su textos se internaron en lo fantástico
con frecuencia, como en "La confesión de Pelinio Viera" (publicado por primera vez en el diario La Nación en 1884) o la novela Un niño perdido (A Little Boy Lost, 1904).
Una de las novelas utópicas que mencionábamos al comienzo es La era de cristal (A Crystal Era), publicada por primera vez, de manera anónima, en 1887. Integra un variado conjunto que, sólo en Gran Bretaña y en el siglo XIX, sumó unos 90 títulos. La creciente industrialización, las nuevas ideas políticas como el socialismo y el anarquismo, los cambios sociales y el renovado rol de la mujer generaron un clima propicio para este tipo de literatura que permitía
desarrollar programas para una sociedad de bienestar y equilibrio, según ideas del autor. La novela de Hudson tiene una particularidad poco frecuente en este género: su principal preocupación es presentar una comunidad que funciona de manera ideal con
la naturaleza.
Mientras realiza un paseo campestre, el joven Smith cae por un barranco o un pozo cubierto por ramas para descubrirse, tras recuperar el conocimiento, en un paisaje ligeramente distinto. Entonces, un grupo de personas se acerca en un cortejo acompañando un cuerpo. Smith, que primero intenta ocultarse, pronto es descubierto y, tras no pocas confusiones, es conducido a la morada de este grupo, una enorme casa donde vive toda la comunidad. Las costumbres son muy distintas a las propias: no hay dinero, el amor es entendido siempre como fraterno, no hay ningún tipo de industria y la sociedad es regida por el Padre y, especialmente, la Madre que, desde un cuarto donde yace enferma, lo sabe todo y tiene la última palabra en
las decisiones.
A la manera de la novela romántica tardía, Smith se enamora perdidamente de Yoletta, una pasión destinada al fracaso porque no existe esa concepción en la nueva sociedad. Tras innumerables malentendidos, Smith termina por integrarse como un hijo más en esta comunidad, que, nos sugiere el autor, es el futuro del hombre una vez que se ha despegado de sus vicios y pecados. La comida es vegetariana, no se mata para alimentarse, incluso arrancar una flor está mal visto; fatigar el propio cuerpo con un trabajo que está más allá de las propias fuerzas es castigado; la armonía es tal que los caballos aran las tierras sin acompañamiento humano.
La originalidad de esta bien contada novela descansa en su rechazo visceral a la actividad humana como modificadora de la naturaleza, una postura que hoy identificaríamos claramente como ecologista pero que entonces resultaba una curiosidad. Aunque Hudson no plantea la discusión ideológica tal como se desarrollaba entonces a partir del auge del socialismo, es claro que toma partido en la dicotomía individualismo/comunidad por la segunda, dado el destino final del protagonista, que no puede integrarse en esta sociedad de iguales.
La era de cristal es complementada por Mansiones verdes (Green Mansions: A Romance of the Tropical Forest, 1904), en la cual también se presenta la incursión de un punto de vista contemporáneo del autor en una sociedad que vive en equilibro con el medio ambiente. La historia es contada al narrador en 1887 por Abel, un anciano venezolano, y describe cómo encontró en medio de la selva una nación de indios que temían a los 'demonios' de un bosque cercano.
Abel explica que allí descubrió a Rima, la muchacha-pájaro que podía hablar con los animales y moverse como ellos. Aunque no es exactamente una utopía, esta novela fantástica presenta como modelo de vida, otra vez, el equilibrio entre la naturaleza y el hombre, y el rechazo a lo urbano y la industrialización. Debemos conocer los secretos de la naturaleza —nos dice el autor— y serle fiel, pero la historia termina otra vez de manera trágica, la comunión parece imposible de alcanzar para el hombre moderno.
El canon literario argentino ubicó cómodamente a la obra de Hudson dentro de la literatura gauchesca —aunque escrita originalmente en inglés—, dejando de lado textos de difícil clasificación como La era de cristal o Mansiones verdes. Sus historias pastorales, su prosa serena y limpia que evita mayormente las largas secciones discursivas propias de sus contemporáneos, su postura pionera —incluso extrema— ante la industrialización,
nos permiten recomendar a los lectores para que se dirijan a alguna biblioteca y se hagan con un ejemplar de Mansiones verdes o se consigan la reciente reedición de La era de cristal realizada por Minotauro. Su lectura permitirá tener una perspectiva un poco más amplia de ciertos temas y obras que hoy están en primer plano.
con frecuencia, como en "La confesión de Pelinio Viera" (publicado por primera vez en el diario La Nación en 1884) o la novela Un niño perdido (A Little Boy Lost, 1904).
Una de las novelas utópicas que mencionábamos al comienzo es La era de cristal (A Crystal Era), publicada por primera vez, de manera anónima, en 1887. Integra un variado conjunto que, sólo en Gran Bretaña y en el siglo XIX, sumó unos 90 títulos. La creciente industrialización, las nuevas ideas políticas como el socialismo y el anarquismo, los cambios sociales y el renovado rol de la mujer generaron un clima propicio para este tipo de literatura que permitía
desarrollar programas para una sociedad de bienestar y equilibrio, según ideas del autor. La novela de Hudson tiene una particularidad poco frecuente en este género: su principal preocupación es presentar una comunidad que funciona de manera ideal con
la naturaleza.
Mientras realiza un paseo campestre, el joven Smith cae por un barranco o un pozo cubierto por ramas para descubrirse, tras recuperar el conocimiento, en un paisaje ligeramente distinto. Entonces, un grupo de personas se acerca en un cortejo acompañando un cuerpo. Smith, que primero intenta ocultarse, pronto es descubierto y, tras no pocas confusiones, es conducido a la morada de este grupo, una enorme casa donde vive toda la comunidad. Las costumbres son muy distintas a las propias: no hay dinero, el amor es entendido siempre como fraterno, no hay ningún tipo de industria y la sociedad es regida por el Padre y, especialmente, la Madre que, desde un cuarto donde yace enferma, lo sabe todo y tiene la última palabra en
las decisiones.
A la manera de la novela romántica tardía, Smith se enamora perdidamente de Yoletta, una pasión destinada al fracaso porque no existe esa concepción en la nueva sociedad. Tras innumerables malentendidos, Smith termina por integrarse como un hijo más en esta comunidad, que, nos sugiere el autor, es el futuro del hombre una vez que se ha despegado de sus vicios y pecados. La comida es vegetariana, no se mata para alimentarse, incluso arrancar una flor está mal visto; fatigar el propio cuerpo con un trabajo que está más allá de las propias fuerzas es castigado; la armonía es tal que los caballos aran las tierras sin acompañamiento humano.
La originalidad de esta bien contada novela descansa en su rechazo visceral a la actividad humana como modificadora de la naturaleza, una postura que hoy identificaríamos claramente como ecologista pero que entonces resultaba una curiosidad. Aunque Hudson no plantea la discusión ideológica tal como se desarrollaba entonces a partir del auge del socialismo, es claro que toma partido en la dicotomía individualismo/comunidad por la segunda, dado el destino final del protagonista, que no puede integrarse en esta sociedad de iguales.
La era de cristal es complementada por Mansiones verdes (Green Mansions: A Romance of the Tropical Forest, 1904), en la cual también se presenta la incursión de un punto de vista contemporáneo del autor en una sociedad que vive en equilibro con el medio ambiente. La historia es contada al narrador en 1887 por Abel, un anciano venezolano, y describe cómo encontró en medio de la selva una nación de indios que temían a los 'demonios' de un bosque cercano.
Abel explica que allí descubrió a Rima, la muchacha-pájaro que podía hablar con los animales y moverse como ellos. Aunque no es exactamente una utopía, esta novela fantástica presenta como modelo de vida, otra vez, el equilibrio entre la naturaleza y el hombre, y el rechazo a lo urbano y la industrialización. Debemos conocer los secretos de la naturaleza —nos dice el autor— y serle fiel, pero la historia termina otra vez de manera trágica, la comunión parece imposible de alcanzar para el hombre moderno.
El canon literario argentino ubicó cómodamente a la obra de Hudson dentro de la literatura gauchesca —aunque escrita originalmente en inglés—, dejando de lado textos de difícil clasificación como La era de cristal o Mansiones verdes. Sus historias pastorales, su prosa serena y limpia que evita mayormente las largas secciones discursivas propias de sus contemporáneos, su postura pionera —incluso extrema— ante la industrialización,
nos permiten recomendar a los lectores para que se dirijan a alguna biblioteca y se hagan con un ejemplar de Mansiones verdes o se consigan la reciente reedición de La era de cristal realizada por Minotauro. Su lectura permitirá tener una perspectiva un poco más amplia de ciertos temas y obras que hoy están en primer plano.
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