jueves, 30 de agosto de 2007

Identidad y Transgénicos por Jorge Rulli


Trascripción de una conferencia realizada el 15 de marzo de 2003.






Desde el Grupo de Reflexión Rural al que pertenezco, hace ya más de tres años que venimos sosteniendo una dura campaña de denuncias acerca del desarrollo de los cultivos transgénicos en la Argentina, cultivos responsables en buena medida del despoblamiento rural y de la carencia de alimentos en muchísimos hogares argentinos. Y en todo este tiempo hemos sufrido el hecho de que los pocos debates que hemos logrado han sido en ámbitos de la biología y de la agronomía, como dándose por supuesto que se trata de un tema de índole técnica concerniente exclusivamente a estas áreas. Y hemos echado de menos muchas veces aquella libertad de pensamiento que hemos visto por ejemplo en teólogos norteamericanos que se atreven a opinar sobre la biotecnología desde su propia disciplina . Y alguna vez en Buenos Aires en una conferencia de Edgar Morin sobre pensamiento complejo, le hemos escuchado referirse a la manipulación genética de los genes como la más grande amenaza a la continuación de la vida sobre el planeta después de la disuasión nuclear de la Guerra Fría. Y el público argentino parecía sorprendido de que un pensador de esta categoría incorporara en su discurso temas que aquí suenan como propios solamente de los biólogos.






Por todo ello quiero decir que es un honor para mi estar aquí con ustedes y fue una gran alegría saber que había interés en sectores del pensamiento filosófico de Mar del Plata por los temas que son motivo de nuestra militancia.





Mi amigo Rodolfo Gunther Kusch decía siempre algo que luego de su muerte tomó forma de mandato y de tarea por cumplir. Decía él que había que repoblar de dioses las tierras de América y se refería al modo de armonizarse los hombres con la naturaleza, de recuperar lo sagrado y sobre todo de colocar en lo sagrado esas zonas oscuras que tanto hemos secularizado, negado o puesto en el diván del sicoanalista.





Quiero comenzar esta charla sobre identidad y transgénicos reafirmando un antiguo apotegma: Somos lo que comemos.





Este principio ha sido muchas veces banalizado pero en verdad, esconde una realidad profunda que refiere a la ley del sacrificio que forma las cadenas de la vida sobre el planeta, una ley eucarística al decir del Padre Matthew Fox, según la cual comemos y somos comidos y donde hasta las divinidades se sacrifican.





La visión holística de los pueblos ha dado por sentado desde la más remota antigüedad que la Naturaleza está viva, la gente hablaba así de la Madre Naturaleza y de la Madre Tierra. Y no sólo estamos hablando de América donde el sentido de la Madre Tierra fue muy fuerte sino que también nos estamos refiriendo a la vírgenes negras del cristianismo de los primeros siglos y que relacionaba en forma directa las viejas deidades como Demeter con la madre de Cristo. La doctrina oficial de la Europa medieval consideraba el mundo como algo vivo. Los animales y las plantas tenían alma, y el mundo estaba impregnado de toda clase de seres espirituales y psíquicos. En ese contexto no podía sorprender que la práctica totalidad de los naturalistas, botánicos y astrónomos fueran monjes. Me refiero a que en la medida en que la naturaleza tenía una fuerte carga de lo sagrado, su estudio era propio de aquellos que se hallaban entregados a la actividad religiosa.





Durante la Reforma protestante en cambio y al calor de nuevos paradigmas que instalaba la burguesía incipiente, santuarios, peregrinaciones y cultos de la Santa Madre fueron suprimidos como vestigios del paganismo.





Se iniciaba así en el pensamiento religioso la relación exclusiva del hombre con Dios y la religión ya no va a imponer restricciones a la conquista y a la explotación de la Naturaleza. Es decir que el desarrollo de las fuerzas productivas no va a encontrar un límite a sus necesidades en el pensamiento religioso transformado ahora en teología, o sea una aplicación de la racionalidad instrumental al mundo de lo religioso.





En las ciudades europeas la ética y la moral puritana que facilita la sociabilidad y la circulación de los humanos en las estrechas callejuelas se complementa con las técnicas propias de los talleres que facilitan la circulación de los tejidos o de otros materiales.





La revolución mecanicista es un momento de quiebre en la historia del pensamiento humano. Bacon ayudó a preparar el camino en la ciencia y la revolución tomó conciencia en aquella visión tenida por Descartes, la de un mundo de apariencia mecánica, gobernado por leyes matemáticas universales sin espontaneidad ni libertad. Se sustrajo de ese modo el alma de la naturaleza y también del cuerpo humano. O sea que se desanimó al ser humano y se lo consideró por entonces como una máquina automática con excepción de una pequeña porción del cerebro humano en la que se ubicó la mente consciente y racional del hombre. La antigua idea consistía en que el cuerpo se hallaba en el alma y a partir de Descartes la relación se invirtió. De esa manera la naturaleza fue despojándose de lo sagrado.











  • La secularización de los alimentos







Es probable que para la mayoría de los que viven en las ciudades los principales referentes de la gracia original de la Naturaleza sean sus mascotas o sus jardines y es válido que para muchos el jardín exprese una comunión con el reino vegetal o que los animalitos domésticos sean una vía de comunicación con reinos que no son humanos.





Durante 300 años le hemos dado carácter antropocéntrico al sacrificio de los animales e incluso hemos prescindido del sacrificio, con excepción de las guerras a donde enviamos a nuestros jóvenes para el ritual repetido de las grandes carnicerías. La matanza de animales ha devenido hoy por lo contrario en una zona obscura, no televisada, que está por detrás del supermercado y que usualmente nos permitimos ignorar.





El ganado pasó a convertirse en una industria más. El resultado de la secularización del ganado ha sido una industria malsana. Sin embargo, realizamos un acto de sacrificio cada vez que comemos un alimento y materializamos la ley de la Naturaleza de comer y ser comidos sobre la cual se desarrolla la biodiversidad. Somos así lo que comemos y en ese sentido es el comer un acto simple y básico a la vida, pero también misterioso y sagrado. He observado comer a muchísima gente de diversos e incontables pueblos, desde la Puna andina a la Manchuria y la Mongolia, desde los pueblos de Andalucía a los oficinistas de comedores en Estocolmo, y una constante en estas poblaciones de origen campesino, es su absoluta concentración en el acto de hacer de ese bocado parte de la propia naturaleza. Y pareciera que lo que llamamos civilización en las formas del comer son modos de desacralizar un acto que para el común de los habitantes del planeta continua siendo privativo de su mayor intimidad.











  • El consumo en la góndola y la góndola en la Naturaleza







Sin embargo para el común de los hombres que habitan las ciudades, no es la Naturaleza el ámbito donde encontrar un complejo y diversificado inventario de recursos para satisfacer las propias necesidades sino las Góndolas de los nuevos supermercados. Pero aunque no lo sepan el consumo alimentario es el vértice de una pirámide de valores, de símbolos y de prácticas culturales que condicionan las formas de vida. Si se cambia el ápice se cambia toda la pirámide.





Es el caso actual en nuestro país de la carne y de la pérdida de capacidad crítica de consumo, frente a la invasión en el mercado de hamburguesas y de carnes de feedlot, que se hierven sobre las brasas y que han sido engordadas con balanceados y anabólicos. Aún podemos recordar cuánto costó a las empresas extranjeras el introducir las primeras hamburguesas en el mercado nacional acostumbrado a las buenas carnes. En realidad la comida chatarra en EEUU era una comida para pobres urbanos, pero no demoró en imponerse en la Argentina entre los adolescentes de clases medias y altas por la carga de fantasía que supo instalar la publicidad.











  • Imposición de los alimentos industrializados en el consumidor







Las campañas publicitarias han bombardeado al consumidor durante años, a fin de imponerles una imagen que confunde el origen de un alimento con su procesamiento industrial y donde su calidad se identifica fundamentalmente con la asepsia. Un caso paradigmático es el de McDonalds, caso en que al común de sus seguidores les costó aceptar la existencia de contaminación por bacterias en hamburguesas manipuladas en lugares comerciales tan impecables y por empleados con uniformes llamativos. La publicidad es la que propicia esta deformación de la mirada en que lo biológico y lo rural siempre están encubiertos, y donde pasa a destacarse el proceso industrial y el empaquetado.





Durante el frondicismo se llevó a cabo el primer intento importante de transformación de los hábitos de consumo masivo de los argentinos. Aparecieron por primera vez los grandes supermercados pero su éxito fue relativo y a finales de los '60 pasaron a la historia por los atentados simultáneos de la incipiente guerrilla urbana. Cuando la instalación se hizo realmente fuerte en cambio, fue durante el menemismo acompañando un proceso generalizado de consumismo y de creciente delegación de poder por parte de la gente. Desde entonces los súper llegaron a apropiarse de la producción e inclusive comienzan a subordinar al componente rural de la economía.











  • Peculiaridad versus homogeneidad







La tendencia es hacia una homogeneidad universal de los hábitos alimentarios, y esta tendencia corresponde a la unificación global del mercado. A contrapelo de esta racionalidad hegemónica empobrecedora de identidades y de culturas, la idea misma de diversidad puede constituirse en la base de una racionalidad alternativa y liberadora. El uso y el desarrollo de estrategias alimentarias tradicionales, locales y regionales son de ese modo la plataforma de nuevos pensamientos vinculado a la soberanía alimentaria y al desarrollo local.





No hay en ello, adviértase, localismo ingenuo sino reconocimiento a que el consumo alimentario es parte de una compleja red que vincula lo cultural, lo económico y lo ecológico. Más aún todavía, el consumo genera un sistema de revalorización de los recursos, de su extracción y producción e inclusive de su distribución.





Pensemos por ejemplo en la distribución masiva de alimentos para pobres, de cajas PAN, Planes Vida, etc. Los planes de asistencia alimentaria, además de acentuar y facilitar la implementación de un modelo rural de exportación y de despoblamiento del campo, por el control social que lograron sobre la pobreza urbana, fueron asimismo útiles como instrumentos para la pérdida de la cultura alimentaria.











  • La biotecnología y el pensar mecanicista







En la Argentina debemos asociar las tecnologías de manipulación genética con los grandes negocios agropecuarios de exportación, con el libre comercio y las imposiciones de la OMC, y también con una tecnología tan ajena y distantes del mundo cultural del común de los mortales que las perciben como sofisticadas manipulaciones esotéricas, patrimonio exclusivo de ciertas compañías transnacionales.





El transgénico es en verdad el producto de un pensamiento presuntamente científico cuyos paradigmas son fuertemente lineales, secuenciales y mecanicistas. Esa mirada reduce el mundo a una suma de fragmentos de la realidad, en los cuales la ley de causa efecto busca obtener resultados que se traduzca en ganancias, e ignora el entorno o menosprecia las probabilidades de riesgo bajo el axioma de que todo supuesto progreso lo conlleva necesariamente. El pensamiento que conduce a la biotecnología clausura definitivamente la recuperación y el desarrollo de los antiguos caminos campesinos que aún quedarían por explorar y desarrollar, nos referimos a una genética de poblaciones y a la necesidad de desarrollar desde organizaciones del Estado una genética nacional que asegure la soberanía alimentaria.











  • La soberanía alimentaria







Si los patrones de consumo pueden incidir en la puesta en valor de los recursos es evidente su relación con la preservación de la biodiversidad. La cocina global se basa en muy pocos ingredientes, la mayor parte de los cuales son "commodities". O sea que, las tendencias a la homogeneización de los patrones de consumo alimentario implican una culinaria que desprecia la de las generaciones anteriores y que nos ha sido impuesta por la publicidad, ellas producen pérdida de la diversidad biológica y deterioro y empobrecimiento de las economías locales.





Recuperar la soberanía alimentaria implica entonces un proceso de recuperación de la identidad, y de afirmación y organización del desarrollo local con posibilidades de establecer relaciones directas entre productores y consumidores. Se hace necesario en esta propuesta construir desde los municipios espacios feriales que posibiliten este encuentro, y que establezcan un nuevo tipo de relacionarse con el alimento y con la tierra, un modo también, de revisar y de replantear la antigua relación antinómica de campo-ciudad.











  • Ecología superficial y ecología profunda







Nos parece importante antes de terminar definir algunos conceptos fundamentales, particularmente en relación al ecologismo y con la intención de disipar numerosas confusiones existentes. Así queremos decir que existe una visión de la ecología que llamaríamos superficial y que considera al hombre por fuera de la Naturaleza aunque bien puede llegar a ser fuertemente conservacionista y defensora de los recursos o del paisaje. En esta mirada los seres humanos están ubicados por encima o por fuera de la Naturaleza y por lo tanto ella implica una perspectiva de dominación de la Naturaleza, ya que los valores residirían en los seres humanos y a la Naturaleza se le da un valor de uso o un valor meramente instrumental. La ecología profunda por el contrario y a la cual adscribimos considera a los seres humanos como parte intrínseca de la Naturaleza. No se trata de volver a una Naturaleza en estado puro que resulta a esta altura irrecuperable sino reconocer un mundo definitivamente antropizado en que es necesario recuperar nuevos equilibrios y armonías. La ecología profunda conduce de esa manera a una fusión de las responsabilidades del hombre con la Naturaleza. Se trata de hacernos responsables de lo que está ocurriendo. No es responsable el perro o el oso panda. Pero sí somos responsables nosotros, ya que aceptar o denunciar el Protocolo de Kioto es una decisión política en que se trata de debatir el rol de los humanos en la Naturaleza. Tanto en la grande como en la muy pequeña escala, y también en el plano de las conductas personales se trata de asumir el sentido de la responsabilidad que proporciona este ecologismo profundo. En este empeño estamos y les agradecemos la ocasión de haber podido exponer en este encuentro. Muchas gracias.





Jorge Eduardo Rulli





Trascripción de una conferencia realizada el 15 de marzo de 2003.






Grupo de Reflexión Rural



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