lunes, 19 de mayo de 2008

William Hudson: las novelas del viajero-Artículo del Diario Perfil-Argentina

Artículo del diario Perfil, 30 de marzo de 2008

La reedicion de dos clasicos

William Hudson: las novelas del viajero

Amante de los pájaros y los libros por igual, sus obras escapan a una clasificación precisa, ya que consiguen borrar los límites entre lo novelesco, lo autobiográfico, la crónica y lo testimonial. Cuando apareció, “La tierra purpúrea” pasó inadvertida para el público, hasta que el éxito de “Mansiones verdes” logró su resignificación. En las dos novelas se advierte que Hudson, a diferencia de contemporáneos como Conrad y Melville, encuentra en la naturaleza un espacio donde alcanzar la paz y vivir en armonía.

Por Hernan Arias

Civilizacion y barbarie. Hudson se vio influido por el romanticismo tardío que veía en la civilización el alejamiento del hombre de la fuente de felicidad e inocencia: la naturaleza.

William H. Hudson tuvo debilidad por los pájaros y por la literatura. Cuando tenía veinticuatro años, se contactó por carta con el ornitólogo Philip Lutley Sclater, de la Zoological Society de Londres, y empezó a enviarle material de estudio. Le remitió más de seiscientas pieles de ciento cuarenta y tres variedades de aves autóctonas, de las cuales dos, no registradas hasta entonces, fueron bautizadas con su nombre: Granioleuca hudsoni y Chipolegus hudsoni. Algunos años más tarde, en 1891, ingresó en la flamante Sociedad Protectora de Pájaros, destinada a combatir la matanza de aves cuyos plumajes se utilizaban para adornar vestidos. Su interés por los pájaros lo llevó a viajar por distintas regiones de Latinoamérica, y a desarrollar un creciente interés por la naturaleza. Hudson publicó varios informes ornitológicos en prestigiosas revistas científicas, pero evitó convertirse en un académico. Le interesaba la divulgación, por lo que su posición frente a la ornitología fue un tanto ambigua. Algo similar podría decirse sobre su condición de escritor de ficción: sus obras escapan a una clasificación precisa. Su particular manejo de los géneros –a menudo consigue borrar los límites entre lo novelesco, lo autobiográfico, la crónica y lo testimonial– llegó incluso a generar algunas lecturas equivocadas.




La tierra purpúrea. Publicada en 1885 bajo el título de La tierra purpúrea que perdió Inglaterra. Viajes y aventuras en la Banda Oriental de Sudamérica, esta primera novela de Hudson pasó, en su momento, inadvertida para el público y la crítica. Fue leída y comentada como un libro de viajes, y olvidada, hasta que en 1904 el éxito de Mansiones verdes provocó su reedición. Hudson explica en un breve prefacio –escrito para esta nueva edición– que introdujo “cambios y correcciones verbales”, eliminó un capítulo, borró algunos párrafos e incluyó unos nuevos, y revela en una frase por qué decidió acortar el título original –dejando sólo La tierra purpúrea– que a sus lectores les parecía “enigmático”: “Es posible encontrar una tierra purpúrea en casi todas la regiones del planeta, y uno lleva la cuenta de las ganancias, no de las pérdidas”.


La novela narra las aventuras de Richard Lamb, un joven inglés recién casado, quien debe escapar de la Argentina hacia Montevideo porque su esposa, Paquita, es menor de edad y ha contraído matrimonio sin el consentimiento de sus padres. Estando en Montevideo, Lamb no consigue trabajo, por lo que decide viajar tierra adentro, rumbo a la estancia de un familiar. El viaje hacia la estancia y el regreso a la ciudad, donde Paquita se queda esperándolo, constituyen el eje de la narración en torno al cual se desarrolla todo tipo de acontecimientos –luchas armadas, fugas, borracheras, encuentros amorosos, etcétera– que involucran a los más variados personajes. En este desplazamiento de Lamb, Ezequiel Martínez Estrada observó “una ilustración del conflicto sarmientino entre la ilustración y la barbarie”.


En 1941, Jorge Luis Borges publica un ensayo titulado “Sobre The Purple Land” –reunido en Otras inquisiciones (1952)–, en el que expone los motivos que lo llevan a considerar esta novela como uno de “los muy pocos libros felices que hay en la tierra”. Para Borges, La tierra purpúrea, al igual que obras como el Asno de oro, Pickwick y Don Quijote, pertenece a ese “género nómada y azaroso” en el que el “héroe se echa a andar y le salen al paso sus aventuras”. Borges hace un preciso análisis de esta novela destacando distintos aspectos formales y, como tema “íntimo”, el “venturoso acriollamiento de Lamb, su conversión gradual a una moralidad cimarrona...”. Lo que Borges no destaca es que ese “acriollamiento de Lamb” está acompañado de una decisiva instrucción en su pensamiento político.


El momento histórico en el que transcurre esta novela es hacia 1870. En la segunda mitad del siglo XIX la situación política de Uruguay, como la de muchos países latinoamericanos, estaba convulsionada, y las disputas por el poder –en este caso, el dominio de Montevideo– eran frecuentes y sangrientas (en 1872 finaliza lo que se denominó La Revolución de las Lanzas). Richard Lamb, en su deambular, se ve involucrado accidentalmente en estas revueltas, quedando bajo las órdenes del general Santa Coloma, quien lideraba a un grupo de rebeldes. Lamb llega a combatir: mata, y está a punto de ser asesinado; huye, y es perseguido.


Esta experiencia, sumada a ese “acriollamiento” en el trato frecuente con gauchos y campesinos, determinan un interesante desarrollo en la visión que el protagonista tiene de “la tierra purpúrea” –llamada así por encontrarla teñida “de la sangre de sus hijos”–. A lo largo del penúltimo capítulo, Richard Lamb, quien al comienzo lamentaba que Inglaterra no hubiera triunfado en su campaña para conquistar la Banda Oriental y “librar a este hermoso país de unas manos que no lo merecían”, hace una encendida defensa de la tolerancia y el respeto por la independencia de los países. “Déjeseme por fin librarme de esas anticuadas gafas inglesas de montura de roble –dice en un momento– y enterrarlas para siempre en esta montaña, que durante más de medio siglo ha asistido a las luchas de un pueblo joven y débil contra las agresiones extranjeras...” Y más adelante afirma: “No sólo de pan vive el hombre y la ocupación británica no proporciona todo lo que el corazón anhela”.




Mansiones verdes. Si en La tierra purpúrea, entre otras cosas, se puede apreciar una evolución en el pensamiento político del protagonista, en Mansiones verdes puede decirse que Hudson se propuso mostrar exactamente lo opuesto.


La novela está organizada como un juego de cajas chinas –un relato dentro de otro que a su vez está contenido por un tercero–, y en ella el protagonista y narrador, Abel Guevez de Argensola, le cuenta a un amigo sus aventuras en la selva venezolana, tras haber huido de Caracas después de participar de un fallido golpe de Estado. Refugiado en la selva, Abel se contacta primero con un grupo de aborígenes, pero después de descubrir un sitio del bosque al que los indios consideran sagrado, empieza su verdadero retiro. Progresivamente, Abel se va internando en la naturaleza hasta perder contacto con la civilización. Y en este pasaje conoce a una muchacha aborigen, llamada Rima, que lo instruye en la vida silvestre y con la que iniciará un viaje hacia una ciudad perdida.


A diferencia de sus contemporáneos, Conrad y Melville, quienes en El corazón de las tinieblas –publicada cuatro años antes– y en Las encantadas –donde Melville narra su viaje a las islas Galápagos– descubren en la selva y en sus habitantes la encarnación del mal o por lo menos un escenario siempre apocalíptico, en Mansiones verdes Hudson parece encontrar en la selva un espacio en el que es posible alcanzar la paz y vivir en armonía.


En esta novela, Hudson se encuentra bajo la influencia del romanticismo tardío de la Inglaterra eduardiana, que veía en la civilización –en el crecimiento de la industria y la vida urbana–, como lo había señalado Rousseau, el alejamiento del hombre de la verdadera fuente de felicidad e inocencia: la naturaleza.


En un pasaje de esta novela, el protagonista recita unos versos, y dice: “Me atuve a los poemas caballerescos y los romances, los dulces versos antiguos que, ya sean alegres o tristes, siempre parecen naturales y espontáneos como el canto de un pájaro, y tan sencillos que incluso un niño puede entenderlos”. Lo mismo puede decirse de estas dos novelas de William Hudson, que consiguen reconstruir, con verdadera maestría, los escenarios y conflictos de ciertos países latinoamericanos en su gestación.


Hoja de vida


◆ William Hudson nació en Quilmes (Buenos Aires) en 1841. Fue el cuarto hijo de Daniel Hudson y de Carolina Augusta Kimble, inmigrantes norteamericanos que llegaron al Río de la Plata en 1837.




◆ En las recorridas que hizo desde muy chico (primero por los campos paternos, luego por la provincia de Buenos Aires y por diversos lugares de la Argentina y el Uruguay) se interesó por sus habitantes, costumbres, historias, estado social, clima, topografía, vegetación y especies animales.




◆ En 1874, afectado por una dolencia cardíaca, emigró a Londres, donde, sin abandonar su afición por la vida silvestre, inició su carrera literaria.




◆ Entre sus obras, se destacan: La tierra purpúrea (1885), Días de ocio en la Patagonia (1893), El ombú (1903), Mansiones verdes (1904), Allá lejos y hace tiempo (1918) y Una cierva en el parque de Richmond

Artículo del diario Perfil, 30 de marzo de 2008



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