jueves, 25 de septiembre de 2008

La palabra mordaz-Entrevista de la revista Eñe a Margaret Atwood

Ferviente defensora del medio ambiente y feminista, la escritora canadiense Margaret Atwood viene a Buenos Aires a un congreso internacional de "aves raras".
En diálogo con Ñ habló de sus libros, de ecología y del futuro.
Por: Héctor Pavón



Distopías. De eso tratan muchos de sus libros, es decir de utopías negativas. Sin embargo Margaret Atwood dice que hay futuro, que aunque las cucarachas fueran las principales sobrevivientes, el futuro, como sea, está garantizado. Y no se lo toma de forma banal. Es una activista en el terreno ecologista: alguien que trabaja por el medio ambiente, que se apasiona por los pájaros, a tal punto que llega en pocos días a la Argentina a un congreso del Club de Aves Raras de Bird Life International, una institución que preside junto con su marido. Los últimos libros que aquí se conocieron de la escritora más conocida de las letras canadienses actuales son: Desorden moral (Bruguera) y Penélope y las doce criadas (Salamandra).

Su padre, entomólogo, madre nutricionista y hermano zoólogo originaron el contexto ideológico en el que Atwood se desarrolló como hija, hermana y escritora y provocaron sus ficciones literarias. Debido a la investigación que realizaba su padre sobre entomología forestal, Atwood pasó gran parte de su infancia en Québec, Ottawa y Toronto.

Calificada, piropeada o difamada como "Medusa", una mujer que lleva a los hombres a la perdición, y como la "duquesa divertida", por su fino humor, también se la definió como alguien de un "perverso sentido del humor y lengua mordaz". Margaret Atwood viene de ganar, en junio, el premio español de Literatura Príncipe de Asturias de las Letras y ha sido vicepresidenta de la Unión de Escritores de Canadá desde 1980 y presidenta del Internacional PEN, una asociación de escritores para fomentar el contacto y la cooperación entre autores de todo el mundo que se encarga de promover la libertad de expresión y de liberar a escritores que son prisioneros políticos en todos los rincones del planeta. Recibió dieciséis títulos honoris causa, incluyendo un doctorado del Victoria College.

Ha escrito novelas de diferentes géneros, poemas; guiones para televisión como The Servant Girl (1974) y Days of the Rebels: 1815-1840 (1977). Como feminista ha ubicado la temática del género en algunas de sus obras. También ha trabajado la difícil identidad canadiense y las relaciones de su país con Estados Unidos y Europa; derechos humanos; crisis del medioambiente: la explotación social. Donó todo el dinero del premio Booker Price 2000 para colaborar con causas medioambientales que recibió gracias a su libro El asesino ciego. Entonces dijo: "Me encantó recibirlo. Era la cuarta vez que una novela mía llegaba a la final y quizá debieron pensar: 'Es mejor que se lo demos ahora, antes de que se muera...' De todos modos no hay que tomarse los premios muy en serio. Existe la escritura y existen los premios y no siempre se corresponden".

También es una muy respetable crítica literaria y lo demostró en el libro A Thematic Guide to Canadian Literature, un texto clave para entender la literatura canadiense y que consiguió aumentar el interés en las letras de este país. Activista en derechos humanos, es miembro de Amnistía Internacional. Esta temática la reflejó en su libro de poesía True Stories (1981) y la novela Bodily Harm (1981). En 1982 publicó Second Words, una de las primeras obras feministas escritas en Canadá y, ese mismo año, dirigió la revisión del Oxford Book of Canadian Poetry, lo que la colocó al frente de los poetas canadienses de su generación.

A lo largo de su carrera continuó escribiendo prosa y poesía, pero la novela que más repercusión obtuvo fue El cuento de la criada, premiada con el Governor's General's Award, el Los Angeles Times Prize, el Times Prize, el Arthur C. Clarke Award for Science Fiction y el Commonwealth Literary Prize, y nominada al Booker Prize (Reino Unido) y el Ritz-Paris-Hemingway Prize (París). Desde Toronto, dice (por escrito) que se siente una ciudadana común, que actúa como tal y no como intectual. También, más vieja.

Al leer El cuento de la criada, muchos lectores piensan "esto no podría pasar". Veinte años después, ¿piensa que sí podría ocurrir?

En el libro no hay nada que no hubiera pasado ya hacia 1984, cuando lo escribí. Gilead (así se denomina en este relato a los Estados Unidos, gobernado por un régimen teocrático después del asesinato del presidente). La historia es una combinación de hechos de muchos lugares y momentos. Tal vez no ocurran todos en el mismo momento y lugar, pero ya pasaron en alguna parte, en algún momento, y si los seres humanos hicieron esas cosas una vez, pueden volver a hacerlas. En la última parte se pueden encontrar algunos de los lugares y momentos. Veinte años después, yo diría que nos vamos acercando. Lo repito, en algunos lugares. Sin embargo, El cuento de la criada no se relaciona con los detalles exactos del futuro. Es sobre los puntos débiles de la naturaleza humana, y también sobre sus puntos fuertes.

En la mayor parte de sus novelas el personaje principal es una mujer, aunque no en Oryx y Crake. ¿En qué medida cambian sus tramas si el personaje principal es hombre o mujer?

Tal vez esto sorprenda a algunos, pero –por lo general, y eso no se relaciona con las vidas individuales– hombres y mujeres actúan de forma diferente. Los hombres, por ejemplo, suelen correr más riesgos, y sobre todo más riesgos estúpidos. Los ganadores de los Premios Darwin –que se otorgan de forma póstuma a quienes mediante algún gran salto del avión sin paracaídas o muerte absurda se destacaron en la especie– son casi invariablemente hombres. Las conductas obsesivas como el juego online infinito suelen ser masculinas. También lo son determinados tipos de competencia. Sí, las tramas varían según el género.

Su padre fue entomólogo y su hermano zoólogo. ¿Tuvieron influencia en su escritura?

Sin duda. En primer lugar, me proporcionaron un bagaje "científico" que a muchos escritores de ficción no les interesa. En segundo término, me inculcaron un saludable escepticismo respecto de las afirmaciones de la "ciencia". No todo lo que se proclama como ciencia lo es. Por otra parte, la ciencia tiene sus limitaciones. No es la máxima autoridad en todo.

Dijo que escribir El asesino ciego fue como componer música. ¿La música tiene algún tipo de influencia en usted?

En el plano compositivo, aunque la escritura no puede hacer lo mismo que la música, vale decir, tocar varias cuerdas al mismo tiempo. La narrativa es secuencial.

¿Qué música escucha?

De todo, excepto cierto tipo de música popular que estaba en boga antes de la aparición de Elvis Presley. Nunca me gustó Doris Day, pero me gustan la música clásica, el country, el rock, el folk.

Suele relacionarse parte de su trabajo con la búsqueda de una identidad canadiense. ¿Es difícil?

Es como un perro que se persigue la cola. La cola está siempre ahí, pero siempre fuera de su alcance. De todos modos, en ese sentido Canadá no hizo más que adelantarse a la época, ya que ahora todos los países parecen estar en búsqueda de su alma esquiva.

¿Las problemáticas surgidas del medio ambiente han condicionado su estado de ánimo? ¿No le parece que cambia su forma de escribir?

De eso se trata Oryx y Crake. Pero yo me crié con ecologistas comprometidos. Hacía mucho que se sabía que se produciría esta crisis. Ya está aquí.

Y continuando con esta preocupación, ¿hay futuro en este mundo contaminado?

Esa es la pregunta más importante que pueda hacerse. Claro que hay "un" futuro. El tiempo no se detiene. ¿Pero para quién o para qué? Escribí sobre eso en un libro de no ficción que se publicará este otoño. Se llama Payback: Debt and the Shadow Side of Wealth. Una pista: no todas las deudas son de naturaleza financiera. Es probable que las cucarachas tengan un futuro color de rosa. Pueden vivir prácticamente en cualquier parte. Las bacterias anaeróbicas que viven en el azufre submarino también prosperarán. En cuanto a nosotros, necesitamos aire puro, alimentos que no estén envenenados, agua sin contaminar y un clima que no sea demasiado frío ni demasiado cálido. ¿Cómo nos va a ir en los próximos 50 años? El tiempo lo dirá.

Sabemos que pronto vendrá a la Argentina por una actividad muy particular...

Graeme Gibson y yo somos presidentes honorarios del Club de Aves Raras de BirdLife International (www.birdlife.org), y esa organización celebrará un congreso internacional en Buenos Aires. Ese es el motivo de nuestra visita a Argentina. Si se hiciera una lista con dos encabezados –Esperanza y Resignación–, estaría en Esperanza, ya que preservar el hábitat de las aves significa preservarlas para todos nosotros.

¿Qué piensa cuando escucha el nombre de nuestro país?

Argentina... Borges, por supuesto, y también mi amigo Alberto Manguel. Cortázar. El escritor W. H. Hudson. El tango. La novela de Martínez sobre Eva Perón, Santa Evita. La era de los generales. Las valientes Madres de Plaza de Mayo. El derrumbe del peso. También paisajes magníficos, claro, entre ellos la gran cantidad de zonas de aves importantes.

Una vez almorzó con Borges. ¿Qué recuerda de esa ocasión? ¿Ya sabía algo de él? ¿Pudo conocerlo mejor después de eso?

Fue en la casa del que era nuestro primer ministro en ese momento, Pierre Trudeau, que siente un gran respeto por Borges. Ya lo había leído, pero en ese momento ya era muy viejo. Fue interesante escucharlos a él y a Trudeau, pero, en todo caso, a un escritor se lo conoce –como escritor– a través de sus libros.

Cuatro preguntas breves: ¿Considera que es una intelectual comprometida o su compromiso es ante todo el de una ciudadana común?

El de una ciudadana común.

¿Cómo se ve como escritora en el espejo del tiempo, desde la que escribió La mujer comestible en 1969 a la que ganó el Príncipe de Asturias?

Soy más vieja.

¿Cuánto pesimismo y cuánto optimismo incorpora a sus textos cuando escribe?

¡No podría decirlo! No me analizo mientras escribo.

¿Se siente tan pesimista y tan optimista en el mundo real como en el mundo de la ficción?

Eso es imposible de contestar. De todos modos, no escribiría libros ni abordaría ningún otro tipo de acción pública si fuera completamente pesimista.








Así Escribe



Coro: Llanto de las niñas
(lamento)

Nosotras también fuimos niñas. Nosotras tampoco tuvimos unos padres perfectos. Nuestros padres eran padres pobres, padres esclavos, padres campesinos, padres siervos; nuestros padres nos vendían o dejaban que nos robaran. Estos padres no eran dioses, ni semidioses, ni ninfas ni náyades. Nos ponían a trabajar en el palacio cuando todavía éramos unas crías, trabajábamos como esclavas, de sol a sol, y no éramos más que crías. Si llorábamos, nadie nos enjugaba las lágrimas. Si nos quedábamos dormidas, nos despertaban a patadas. Nos decían que no teníamos madre. Nos decían que no teníamos padre. Nos decían que éramos cochinas. Eramos unas cochinas. Las cochinadas eran nuestra preocupación, nuestro tema, nuestra especialidad, nuestro delito. Eramos las niñas cochinas. Si nuestros amos o los hijos de nuestros amos o un noble que estaba de visita o los hijos de un noble que estaba de visita querían acostarse con nosotras, no podíamos negarnos. No servía de nada llorar, no servía de nada decir que estábamos enfermas. Todo eso nos pasó cuando éramos niñas. Si éramos guapas, nuestra vida era aún peor. Pulíamos el suelo de las salas donde se celebraban espléndidos banquetes de boda, y luego nos comíamos las sobras; nuestros cuerpos tenían muy poco valor. Pero nosotras también queríamos bailar y cantar, también queríamos ser felices. Cuando nos hicimos mayores, nos volvimos refinadas y esquivas, hasta dominar las artes de la seducción. Ya de niñas menéabamos las caderas, acechábamos, guiñábamos el ojo, alzábamos las cejas, quedábamos con los niños detrás de las pocilgas, tanto si eran nobles como si no. Nos revolcábamos en la paja, en el barro, en el estiércol, en los lechos de suave vellón que estábamos preparando para nuestros amos. Apurábamos el vino que quedaba en las copas. Escupíamos en las bandejas. Entre el reluciente salón y la oscura antecocina nos llenábamos la boca de carne. Por la noche, reunidas en nuestro desván, reíamos a carcajadas. Robábamos cuanto podíamos.

De Penelope y las doce criadas, Paginas 29 y 30, Editorial Salamandra. TRADUCCION: GEMMA ROVIRA ORTEGA






En la web se puede encontrar un libro para leer:

El Cuento de la Criada



De todas maneras ella siempre lo nombra a Guillermo Enrique Hudson en sus reportajes en la Argentina.

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