Publicado en el diario Perfil el 9 de Junio
Por
Quintín |
Hace muchos años, al recorrer la vieja Ruta 2 solía verse una cartel
que decía “Al solar natal de Guillermo Enrique Hudson”. Ahora, en el
camino nuevo se pasa por el peaje Hudson, que está en otra parte. Es que
Hudson nació en Quilmes, en una localidad que hoy se llama Ingeniero
Allan y pertenece a Florencio Varela; a su vez, el pueblo que fue
bautizado en su honor en 1930 es parte de Berazategui. La dispersión
geográfica de Hudson resulta una buena metáfora de un escritor que está
un poco perdido.
Una prueba podría ser que en San Clemente no se consigue una edición
de Far Away and Long Ago (1918), que César Aira describe como: “centro y
clave de su obra, las memorias de su infancia argentina, hermoso título
definitivamente traducido por Allá lejos y hace tiempo”. Sospecho que
el libro ha dejado de ser un texto escolar y por eso la última edición
en castellano es la de Acantilado en 2004 que lo rebautizó –otra hazaña
negativa de los traductores españoles– como Allá lejos y tiempo atrás y
donde “gallinetas, gallaretas y batitúes” pasan a ser “rascones, fochas y
caraos”.
De todos modos, William Henry Hudson era un escritor misterioso desde
antes. Hijo de padres emigrados desde Estados Unidos, nació en 1841,
partió en 1874 a Londres, donde murió en 1922. Nadie se explica bien esa
mudanza y menos la razón por la cual Hudson, que decía no considerarse
un escritor sino un naturalista, pasó hambre durante dos décadas para
abrirse paso en el estratificado mundo de las letras británicas y ser,
residualmente, una leyenda ambigua y un escritor fundacional en ambas
orillas del Río de la Plata. Ni Borges sabía bien qué hacer con Hudson,
que alababa la civilización y el Imperio como Kipling, pero amaba la
barbarie, que fue rosista de este lado del río y Blanco en el otro. En
la insoportable etapa criolla de El tamaño de mi esperanza (1926),
Borges saluda a Hudson como uno de los propios y en 1941 califica The
Purple Land como “uno de los muy pocos libros felices que hay en la
Tierra”. Pero en los sesenta, de acuerdo a las Memorias de Bioy, lo
rebaja a la categoría de escritor menor, apreciado sólo por Martínez
Estrada y justamente relegado en su propio país. En un libro excitante,
las Amistades literarias de Ford Madox Ford recientemente editado en
Chile por la Universidad Diego Portales, el autor desmiente rotundamente
a Borges: “no había ningún escritor que no reconociera que era el más
grande escritor vivo de la lengua inglesa”. Joseph Conrad y T.E.
Lawrence, entre otros, avalaban esta definición. Lo de Borges suena a un
ajuste de cuentas contra Martínez Estrada, y El mundo maravilloso de
Guillermo Enrique Hudson que, aunque farragoso como todo lo suyo,
contiene iluminaciones memorables como ésta: “Hudson recibe la gracia de
que la verdad del mundo se le oculte para siempre y en cambio se le
permita comprender el misterio de su belleza”. Las ficciones argentinas
de Hudson, el Allá lejos y El ombú, muestran un universo literario
sereno, completamente original, en el que no hay ricos y todas las vidas
se pierden en el olvido o la desgracia. Ninguno de los escritores que
he leído es capaz de escribir historias de fantasmas que no son en
verdad tales, sino criaturas que se vuelven pálidas frente al esplendor
de la naturaleza. Encontremos a Hudson.
Recuerden que en nuestra biblioteca virtual hay varios libros de Hudson para descargar gratuitamente.
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