viernes, 17 de agosto de 2007

Algun de sus obras: El Chajá

POR GUILLERMO ENRIQUE HUDSON




El chajá es el ave paradigmática de la pampa argentina. Su canto es hermoso, singular. Su voz, como la de otras aves, es música. Una música, ¿que acaso es comunicación con alguna secreta deidad de los pájaros? El humano puede matar al animal. Pero no arrebatarle sus secretos. Tampoco puede negarle la belleza artística de su canto. Esa belleza que aquí, en este lugar de Temakel, puede resonar dentro del oído sensible gracias a la narración que Guillermo Enrique Hudson realizara como si fuera la primera vez, para acercarnos a un grandioso coro de chajás. Coro de pájaros que busca saltar hacia alguna imprecisable trascendencia desde un sitio de la Pampa...



...Aunque los chajás están vestidos con una modestia de cuáqueros, y carecen
de la elegancia de forma del cisne o del pavo real, interesan al sentido estético del hombre en más alto grado que cualquiera de las otras especies que conozco. La voz es una de sus características, como es de deducir por el nombre que se le ha
dado: gritón; pero este nombre no es apropiado, porque aunque es verdad que el pájaro grita con más bríos que el pavo real, su grito no es sino una fuerte voz de alarma que hace oír en ciertas ocasiones; mientras que, tanta de día como de noche, se eleva en el espacio como si fuera una alondra de alguna imaginaria época remota en la
historia del mundo, cuando todas las cosas, inclusive las alondras, eran de tamaño gigantesco, y en lo alto canta sus notas, que son completamente diferentes de los
gritos.




Algunas veces, al cruzar el Regent’s Park, he oído las voces sonoras del que estaba prisionero allí, que trataba de elevar su voz por encima del concierto de las grullas, las aguilas y los guacamayos, el aullido de los lobos y los perros y el sordo rugir de los leones. En todo el parque se oía la voz del chajá; pero esas sonoras notas me entristecían. El destierro y el
cautiverio habían despojado de toda alegría al noble cantor y el clima húmedo lo había enronquecido, ya no emitía sus límpidos acentos prolongados y parecía sólo exhalar apresuradamente algunos confusos gritos, como avergonzado de ellos. El canto de una alondra que surca el cielo asoleado y el de la que está encerrada en una pequeña jaula suspendida de una pared en sombra, en una calle de Londres, producen efectos muy diferentes; la desagradable mezcla de sonidos agudos y ásperos del cantor callejero produce efectos muy distintos y no parece proceder de la misma clase de pájaro que ejecutaba la incomparable melodía con que llenaba el cielo azul. Es todavía mayor la diferencia en la voz del chajá cuando se la oye en Regent’s Park y cuando se la ha oído en las pampas: aquí el pájaro se eleva en el espacio hasta que su cuerpo voluminoso desaparece y desde allí emite una incesante cascada de jubilosos alaridos. Llamarle gritón es darle un nombre inapropiado. Prefiero darle el nombre que tiene en lengua vernácula:
Chajá.




Entre los chajás, los sexos se guardan fidelidad; hasta formando parte de grandes bandadas se colocan en casales. Cuando el ave comienza a cantar, su compañera responde inmediatamente, pero sus notas son de calidad muy diferente. Ambas aves emiten algunas notas breves, profundas; las de la hembra son largas, sonoras y con trinos, pero dominándolas, resuena la voz límpida y penetrante del macho, que termina su canto con gran sonoridad y pureza. Este canto produce cierto efecto de armonía, pero comparado con el canto humano es menos semejante a un dúo que a un terceto compuesto por el bajo, la contralto y la
soprano. En ciertas épocas, en regiones que les son favorables, es frecuente que los chajás se reúnan en inmensas bandadas; millares de individuos se congregan y a menudo cantan en concierto. Invariablemente lo hacen a intervalos durante la noche, pero sin levantar vuelo. Según dicen los gauchos: “están contando las horas”. El primer canto comienza a las nueve, aproximadamente; el segundo, a la medianoche; el tercero, antes de amanecer. Pero las horas varían en las diferentes regiones. Una vez que yo viajaba con un grupo de gauchos, hacia las doce de una noche muy oscura, una pareja de cajas irrumpió a gritar a corta distancia delante de nosotros, dándanos a entender que nos acercábamos a un arroyo, donde nos proponíamos refrescar nuestros caballos. Lo encontramos casi seco y cuando cuando bajamos hasta el hilo de agua que corría sinuoso en el ancho cauce enjuto, una bandada de unos mil chajás levantaron un perfecto clamor de alarma, gritando todos a la vez, con intervalos de silencio. Después se alzaron con un rumor de alas. Bajaron a unos cien metros de distancia y todos juntos irrumpieron en uno de sus notables cantos nocturnos que resonaban en la llanura a varios kilómetros de distancia. Tiene algo de impresionante esta espontánea y sonora
melodía coral de las grandes bandadas de chajás. Aunque he estado acostumbrado desde niño a oír a estos pájaros,
muchas veces me he sorprendido ante algún nuevo efecto producido por una gran multitud de ellos cantando en ciertas Viajando solo durante un día de verano, hacia el mediodía llegué a una laguna llamada Kakel, lo bastante angosta como para que yo pudiera ver la orilla opuesta.
Había una innumerable cantidad de chajás divididos en bandadas bien definidas; cada una constaba de unos quinientos pájaros. Rodeaban todo el contorno de la laguna, probablemente atraídos por la sequía que reinaba en la comarca. Una bandada que estaba cerca de mí comenzó a cantar, y el fuerte
coro duró unos tres o cuatro minutos. Cuando cesó, la bandada siguiente
cantó a su vez y así sucesivamente. El canto fue seguido hasta por las bandadas de la orilla opuesta, de donde venían notas fuertes y claras, que iban disminuyendo en intensidad hasta que la bandada próxima a mí reanudó el canto. El efecto era muy extraño; quedé asombrado ante la manera ordenada en que cada grupo aguardaba su turno para cantar en vez de prorrumpir en un coro general, una vez que el primer grupo hubo dado la señal. En otra ocasión recibí una impresión aún más sorprendente. Esta vez las aves, en mayor número que las veces anteriores, cantaron todas a la vez. Esto ocurrió en las pampas del Sur, en un lugar llamado Gualicho que yo recorría a caballo una hora antes de la puesta del sol por una llanura pantanosa, donde había mucho agua estancada en las lagunas cubiertas de juncos, aunque era plena estación de sequía. Toda esta llanura aparecía cubierta por una interminable bandada de chajás, no en formación cerrada, sino dispersos en parejas o en pequeños grupos.




En aquella desolada región, encontré un pequeño rancho habitado por un gaucho y su familia y pasé la noche
allí. Los chajás andaban alrededor del rancho y parecían tan mansos como las aves domésticas y cuando salí a buscar algún sitio donde mi caballo pudiera hallar buen pasto, los pájaros no echaron a volar, sino que se apartaron un poco como para dejarme pasar. Serían las nueve y estábamos comiendo, cuando toda aquella multitud de aves que cubría un espacio de varios kilómetros, prorrumpió en un tremendo concierto nocturno. Es imposible describir el efecto que producía ese inmenso coro nunca oído. Dejo que el lector trate de imaginar a medio millón de gritos, cada uno más fuerte que los que se pueden oír en Regcnt’s Park, estallando en la atmósfera silenciosa de la solitaria llanura, en medio de la oscuridad noche. Una peculiaridad de ese inmenso coro, mas que el ruido atronador de la marejada cuando choca los acantilados de una costa, es que me era posible distinguir centenares y hasta millares de voces individuales. Me olvidé de mi cena, me quede inmóvil, sobrecogido de asombro mientras el aire y hasta el frágil rancho parecían temblar bajo la acción de aquella tempestad de ruidos. Cuando cesó y quedamos en silencio, el gaucho me dijo, sonriendo: “Estamos acostumbrados a esto, señor; todas las noches tenemos este concierto”. Era un concierto por el que valía la pena haber galopado treinta leguas para oírlo.(*)



(*) Extraído de El naturalista en el Plata, de Guillermo Enrique Hudson, Ed. Elefante Blanco, ciudad de Buenos Aires.

Tomado de la página Temakel



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