Margaret Atwood se declaró admiradora de la obra de Guillermo Enrique Hudson..
Por Susana Reinoso
De la Redacción de LA NACION
"Si puedes reír es que estás vivo. Y eso significa que no te has rendido todavía." Así habla Margaret Atwood, que llegó esta semana a Buenos Aires para hablar sobre "la necesidad de proteger a los pájaros porque, junto con el hombre, es el único ser vivo capaz de cantar. Y, además, tienen los atributos de los ángeles: las alas y el canto, no así las garras, que se las dejamos a los demonios".
Atwood sonríe todo el tiempo y esa imagen contrasta con el retrato que se hace de ella: agresiva, mordaz, irreductible. Habla con suavidad, convicción y un aire juguetón en los ojos azules, que provoca un destello en su piel de envidiable tersura.
"Nací y viví en un bosque del norte de Canadá, mi padre era biólogo e investigaba los insectos. Allí llegaban aves subtropicales durante el verano, para reproducirse y, de mayo a junio, el aire estaba lleno de cantos de pájaros. Crecí con esa perspectiva naturalista y he escrito mucho sobre ello", dice a LA NACION la flamante premio Príncipe de Asturias de las Letras, galardón que recibirá en Oviedo, España, el 22 de octubre.
En la conferencia mundial sobre conservación de aves que la trajo a Buenos Aires, Margaret Atwood, copresidenta honoraria de BirdLife International, junto con su marido, Graeme Gibson, hablará hoy, a las 10, sobre "Los seres humanos en las sociedades de pájaros". Será en el hotel Sheraton, en un encuentro que inaugurará la princesa imperial del Japón, Hisako Takamado.
Defensora de la ecología, la naturaleza juega un papel relevante en su literatura. De ella se dice que abrió la literatura canadiense al mundo y hay quienes la llaman "la gran reserva natural de Canadá". A los 69 años, Atwood -que inició su andadura literaria con La mujer comestible - ya tejió su propia leyenda. Sobre todo, cuando se recuerda que en varias de sus novelas anticipó el futuro.
-Desde su perspectiva, ¿cómo define a la escritura?
-Algunas personas sólo pueden escribir novelas, otros sólo pueden escribir poesía. Yo soy ambidiestra. Hago las dos cosas y son dos estados mentales diferentes. Escribir una novela es una parte de inspiración y nueve partes de trabajo. Escribir poesía implica un 60% de inspiración y el resto es escribir. ¿Qué prefiero yo? Prefiero lo que estoy haciendo en el momento de hacerlo. Lo que me atrapa es el momento, ya sea un estado poético o narrativo. Lo disfruto de la misma manera.
-Sin embargo, dijo que el primer rayo inspirador fue la poesía.
-El momento de inspiración es el mismo. Quizá toma más tiempo transformarlo en algo más largo, como una novela. El escritor no lo sabe.
-¿Qué siente usted frente a su obra en relación con el mundo?
-No es lo mismo ser cantante de ópera y tener a la audiencia en vivo que escribir un libro. Cuando uno escribe, no está en la misma habitación que el lector que luego lee el libro. Todos los lectores son diferentes y extraen diversos significados de tu libro. La lectura es un acto individual. Cada uno reacciona de acuerdo con su propia experiencia, su tiempo, su género, su cultura. Cada libro es una partitura musical. El lector es como un violinista. La partitura no es música hasta que alguien la toca. Es una receta. Las palabras son marcas negras en páginas en blanco. Hasta que alguien las lee y se convierte en un libro.
-¿El lector completa la obra?
-Sí, debe ser así... La novela sin lector es como una orquesta inmensa que nunca se puede escuchar. Hasta que un lector la encuentra.
-¿Se puede ir de la distopía [utopía en sentido negativo] que usted propone a la utopía?
-Es una mala época para las utopías. Hudson escribió La era de cristal , en el que planteaba un mundo donde no había más sexo. El único hombre que quedaba en el futuro seguía interesado en el sexo, pero no conseguía hacerse entender sobre lo que hablaba. Esa era su idea de la utopía. La guerra de Irak también comenzó con la utopía de una promesa de democracia de un día para el otro. La naturaleza humana no funciona así. Somos mucho más hábiles para fabricar distopías, que para buscar utopías. Porque somos más hábiles para crear el infierno que para inventar el cielo.
-¿Qué le inspira el nombre de Buenos Aires?
-Tengo un muy buen amigo argentino, Alberto Manguel, que fue lector de Borges. Conocí a Borges hace mucho tiempo. Alberto trabajó en una antología de escritoras latinoamericanas que leí. También conozco el tango e intentaré bailarlo cuando termine esta conferencia mundial. He leído a Tomás Eloy Martínez y Santa Evita . ¿Sabe usted dónde está ahora su cadáver?
-En el cementerio de Recoleta.
-¿Está segura? [risas].
-¿Hay interés en Canadá sobre la literatura iberoamericana?
-Sí, siempre hemos estado interesados en la literatura iberoamericana. Pero la industria editorial canadiense no es muy grande y sólo si alguien traduce, se puede acceder a la literatura en español. No es tan fácil. Muchos de los autores latinoamericanos nos llegan en traducciones de Francia. Otras, desde Gran Bretaña. Hubo un movimiento fuerte después del boom latinoamericano con García Márquez.
-¿Qué es hoy ser feminista?
-Ya no tenemos definiciones de feminista. A cada mujer le pregunto: «¿Qué quiere decir con feminista?». Mi generación es prefeminista. Yo escribía antes de este movimiento que empezó en 1969. Cuando llegó la segunda ola de feminismo, entré en el movimiento de los derechos civiles. Lo primero que debemos pensar es que las mujeres son seres humanos. Eso no siempre es reconocido.
-¿Su literatura ha sido premonitoria?
-Siempre me lo preguntan. No puedo predecir el futuro, porque no hay solamente un futuro. Uno puede adivinar las probabilidades. Hay futuros más probables que otros. No tengo poderes psíquicos. Leo las noticias pequeñas de los diarios, las que están escondidas, y luego veo cómo se van haciendo más grandes hasta terminar en la portada. Por ejemplo, hace dos años y medio escribí Payback: Debt and the shadow side of wealth , un libro sobre el lado oscuro del dinero. Y ahora me preguntan cómo sabía yo que iba a ocurrir lo de Wall Street. Este libro apareció el sábado último en The Wall Street Journal . Sólo es cuestión de observar las tendencias y aplicar el sentido común.
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